Página:La sombra - Celín - Tropiquillos - Theros (1909).djvu/92

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
86
B. Pérez Galdós

invención; si, por el contrario, creía real lo que contaba, indudablemente era uno de los mayores iluminados que han visto los tiempos. Deseoso de saber en qué había parado aquel duelo extraordinario, le incité á seguir; él no se hizo de rogar.

«Paris y yo nos dirigimos en mi coche al sitio que habíamos elegido. Por el camino hablamos poco, aunque él procuraba entablar conversación incitándome con dichos ingeniosos y agudezas que no quiero recordar.

Yo no pensaba más que en la muerte, que creía cercana, inspirándome más regocijo que pena. Mi serenidad no era la serenidad del valor, sino la de la resignación: en aquel momento el mundo, mis riquezas, mi esposa, me daban hastío y repugnancia. Veía cerca el término de tantos dolores, y aquel hombre, aquel monstruo diabólico en forma de ser humano, más que enemigo me parecía una salvación.

» Cuando llegamos al sitio del duelo la tarde caía, y el Occidente se iluminaba con espléndidos colores y reflejos. Era fresco y húmedo el aire, y tan apacible que apenas se movían las hojas de los árboles, amarillas y débiles ya por los fríos del otoño. Sin necesidad de ser agitadas, se caían por su propio peso, muertas y lívidas antes de abandonar