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La sombra

el árbol. Me acuerdo de esa tarde como si hubiera sido ayer. Paró el coche, bajamos, y anduvimos un buen trecho solos.

87 —¡Ay, amigo don Anselmo!—dije yo—, reconozcamos que los procedimientos de ese duelo son de una inverosimilitud incomprensible. ¡Ir á matarse sin testigos, llevar usted al contrario en su mismo coche...! Eso no pasará en ninguna parte, y estoy seguro de que es el primer ejemplo que se ve en las sociedades modernas.

—¡Inverosimilitud — exclamó don Anselmo; ¿quién habla de eso tratándose de un caso que está fuera de los límites de lo humano? No busque usted aquí la regularidad: si esto fuera como lo que pasa ordinariamente, no lo contaría.

Esta razón no dejaba de tener fuerza, y callé.

«Cuando elegimos el sitio, Paris me dijo: —«Á ver las pistolas?» repliqué yo entregán— «S n buenas — doselas » «Lo mismo me da —contestó sin examinarlas para mí todas las armas son buenas.

Cárgalas delante de mí, y después echaremos suertes á ver cuál tira primero.» —«Ya están cargadas.» —« — «Á ver de qué modo echamos suertesFO