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La sombra

que — Yo no sé lo que aquello era: lo sí puedo asegurar es que tenía cuerpo real, como el de usted, como el mío, y una voz cuyo timbre no era parecido á otro alguno.

— Pues qué, ¿también habló?— dije asombrado. Yo creí que se iba á marchar después de saludar á usted, como hacen todas las apariciones.

LA SOMBRA 69 ¡Marcharse!, nada de eso. Verá usted. Al principio no sabía yo qué hacer; no sabía si llamar ó huir, temiendo que de aquella visita no resultara cosa buena; pero por último me esforcé en tener serenidad, y después de balbucir algunas palabras, le señalé un asiento.

Resolvíme á hablar claro, y dije: —¿Puedo saber...?» —«¿A qué vengo?—contestó—. Sí, señor; vengo á hacerle á usted un señalado favor.» «¿Un favor...? Tenga usted la bondad de explicarse, porque no estoy al cabo... No tengo el gusto de conocerle.» — — «Sí, me conoce usted, y no hace mucho dijo con maligna sonrisa—; anoche, sin ir más lejos...» — «¡Anoche!» — «Sí, anoche. ¿No se acuerda usted de aquel furor con que arrojaba piedras en un pozo, consiguiendo llenarlo al fin?» Estas palabras y su sonrisa me helaron la