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B. Pérez Galdós

sangre en las venas. Él no parecía preocuparse de mi turbación, y continuó: «Precisamente venía á hablar con usted y decirle que son inútiles todas esas armas que ha tratado de emplear contra mí. Ha de saber usted, caballero, que yo soy inmortal.» No puedo pintar á usted la turbación que en mí produjo esta palabra: ¡Inmortal! «¡Pero este hombre es el demonio!» —, me dije yo para mí, y no podía hablar palabra, porque se me había hecho un nudo en la garganta.

«Sí, señor, inmortal — repitió con desenfado.» — «¿Y quién es usted?—pregunté haciendo un esfuerzo.» «Yo soy Paris. » «¡Paris! Yo creí que eso era cosa de mitología ó historia heroica.» — «Así es efectivamente; pero ahora no hagamos una disertación sobre mi nombre y origen; yo tengo prisa, y no puedo detenerme aquí mucho tiempo. El objeto de mi visita es decir á usted que se cansa en vano persiguiéndome: á mí no se me mata con puñales ni pistolas, ni enterrándome vivo. Resignese usted, ¡oh don Anselmo! Todo es inútil: no hay más remedio que bajar la cabeza y callar. Alguien allá arriba ha dispuesto las cosas de este modo.»