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B. Pérez Galdós
II

—¿Sabe usted, amigo don Anselmo, que eso ya pasa de maravilloso?—le dije—. ¿Pero es posible que la imaginación, por ardiente que sea, tenga fuerza bastante para dar cuerpo á una idea de este modo?

—Yo no sé, amigo mío—contestó—; yo no sé lo que era aquello: no sé sino que yo le veía, como le estoy viendo á usted ahora. Era hermoso, de una belleza no común, un conjunto de todas las perfecciones físicas, tal como yo no lo había visto nunca, á no ser en las obras del arte antiguo. Vestía con elegancia correcta y seria, como todos los que tienen el verdadero sentido y la exacta noción del bien vestir; era, en fin, perfecto en su rostro, en su cuerpo, en su traje, en sus modales, en todo.

—¡Cosa más particular!—exclamé—. ¿Pero usted no le tocó, no trató de cerciorarse si era sueño, aparición, uno de esos singulares é incomprensibles fenómenos ópticos que, cuando hay fantasía preparada para recibirlos, produce la reflexión de la luz?