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B. Pérez Galdós

instante de desasirse del antepecho. Corrí, me asomé y no vi nada; la noche era obscurísima. Sólo creí sentir el golpe de un cuerpo que cae. Elena me miraba atónita, con un pavor indescriptible; perdió el sentido, y esta vez no pudo decirme que era visionario y loco, porque le faltó el habla y cayó á mis pies como una muerta. Mi afán era perseguir á aquel hombre hasta encontrarle, hasta matarle. Bajé precipitadamente al jardín, y le recorrí con ansiedad imposible de describir las tapias eran muy altas, y por diestro y ágil que fuera un hombre, no podía saltarlas en el breve espacio de tiempo que yo tardé en bajar. Registré todo: en el jardín no había nadie; pero éste se comunicaba con un patio solitario de elevadísimas paredes; fuí allá, y apenas había dado algunos pasos, cuando vi una sombra que se deslizaba cautelosamente por entre los montones de piedras que allí había para construir uno de los pabellones del palacio. Me puse en acecho á ver si efectivamente era un hombre ó una imagen de esas que crean, confabulándose, la noche y la imaginación. Era un hombre; le vi andar agachándose para no ser descubierto, y no sé por qué, me parecía que, á pesar de la obscuridad de la noche, distinguía en su rostro las facciones de aquella