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B. Pérez Galdós

había oído la voz de un hombre dentro de la habitación.

—Extrañas, sí—contestó el doctor—; pero cada vez más vivas y más claras. Yo no podía desechar mi idea; la impresión que en mi oído había hecho la voz era tal, que aún me dura, y entonces, sólo dudando de mi existencia, sólo creyendo que yo no era persona real, podía tomar aquello por ilusión. No lo era ciertamente, y mucho más me confirmé en ello cuando á la noche siguiente...

¡Pobre mujer! ¡Qué noche! Sin duda volvió usted á hacer la noche siguiente otras atrocidades por el estilo.

— Sí — continuó —, á la noche siguiente presencié un fenómeno que ya me quitó la esperanza de ver claro en aquel asunto. Lo que me pasó, amigo, excede ya los límites de lo natural, y aun hoy es para mí la confusión de las confusiones. Entré en mi casa, y vagué largo rato solo y abstraído por aquellos salones, donde todo me causaba pesadumbre y hastío: pasé por aquella sala que he descrito, donde se hallaba el cuadro de Paris y Elena, y me helé de asombro al ver... Es el fenómeno más estupendo que puede concebirse. La figura de Paris no estaba en el lienzo. Creí equivocarme, me acerqué, toqué la tela, encendí muchas luces, miré, remiré... La figu-