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La sombra

— Sí, la puerta se abrió, y Elena se presentó ante mí despavorida, trémula, con tan marcadas señales de espanto, que me detuve sobrecogido yo á mi vez. Mi primera mirada escudriñó la habitación en un segundo. No había allí ningún hombre; la ventana no estaba abierta; la puerta interior cerrada también; era imposible que en el instante que medió entre el ruido de la voz y mi entrada pudieran ser echadas las llaves y cerrojos, no habiendo tiempo material tampoco de que una persona saliese por la puerta ó saltara por la ventana. Registré todo; no vi nada.

Pero yo había oído aquella voz, estaba seguro de ello, y no era fácil que me convencieran de lo contrario ni la evidencia de no encontrar allí hombre alguno, ni las ardientes protestas de Elena, que en su dolor halló palabras bastante fuertes para increparme y me llamó visionario y loco. Juróme que estaba sola; que al entrar yo de aquella manera creyó morirse de miedo, y que no podía explicarse mi conducta sino por una completa alteración de mis facultades intelectuales.

— ¡Qué extrañas ideas! —dije yo considerando cuál debía de ser el terror de aquella infeliz al ver entrar repentinamente á su marido, furioso y extraviado, asegurando que