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B. Pérez Galdós

Ya se empieza á embrollar el asunto dije entre mí —; el casamiento, el cuadro de Paris, el amor caviloso que tenía usted á su esposa... Esto es más confuso que el salón de antigüedades.

Y en verdad, ya me pesaba haber provocado la enfadosa relación del doctor, en la cual no encontraba interés alguno. Digresiones, extravagancias: á esto se reducía todo. Me resigné, sin embargo, á escuchar.

«Hubo en los primeros días de mi matrimonio continuo momentos de inefable felicidad: me creí elevado, espiritualizado, loco; sentía como una inflamación cerebral é impulsos de correr, gritar, hablar á todo el mundo. Mas de pronto caía en el abismo de mis cavilaciones, sumergiéndome en mi propia tristeza. Nadie me hacía decir palabra.

Tenía clavada en el pensamiento mi idea, mi tormento. ¿No sabe usted lo que era?

¿Qué he de saber, por mis pecados?

¡Oh! — exclamó cerrando los puños, inflamado el rostro y con un vivísimo fulgor en sus ojos—; era que yo pensaba... Un día entré tarde en mi casa, entré y vi...

El doctor se paró un momento, absorto, ocultando la cabeza entre las manos, y permaneció un rato en silencio.

Este silencio me permitió un momento de