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La sombra

El fundador de tal galería fué gran epicúreo y gustaba de recrearse en aquellos mudos testigos y compañeros de sus orgías. Entre estas pinturas había una que sobresalía y cautivaba la atención más que las otras; representaba á Paris y Elena reposando en una fresca gruta de la isla de Cranaé. Hermoso era el rostro de la mujer de Menelao; pero el del joven troyano era más hermoso aún. Habíale dado tal animación el pincel, que parecía que hablaba y que infundía á Elena sus pérfidos pensamientos. Siempre creí ver algo de viviente en aquella figura, que á veces, por una ilusión inexplicable, parecía moverse y reir. Á todos impresionaba, y especialmente á mí. Recuerde usted bien esto, para que no le sea difícil comprender la narración que va á seguir. Voy á contar la espantosa historia.

¿Conque en ese cuadrito de Paris comienza la historia? Debe de ser bonita.

— Ahora verá usted: yo me casé. Mi mujer vivía allí conmigo. ¡Cuánto la amaba! Al principio asaltábame el sentimiento de que mi vida sería corta y apenas podría disfrutar de tanta felicidad; pero al poco tiempo de casado me entraron melancolías, di en cavilar... Yo soy un cavilador sempiterno. Adoraba á mi esposa y tenía celos hasta del aire que respiraba.