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Tropiquillos

Pues todos ellos fueron á morirse á la primavera. Lee la estadística, querido Tropiquillos, y verás cómo nacemos en estos meses y nos morimos en los de abril ó mayo...

¡Ja, ja, ja!... Á los que me hablan mal de mi querido otoño, les digo que es el papá del invierno y el abuelo de esa fachendosa y presumida primavera... Vamos á ver: á su vez, es el hijo del verano, que al mismo tiempo viene á ser su biznieto... De modo que...» Sin duda la cabeza hercúlea del buen tonelero se resentía del exceso de libaciones, motivado por el prurito de unir el ejemplo á la regla en aquel ardiente panegírico del otoño. Aquella tarde la pasamos Ramona y yo entretenidos en dulces y honestas pláticas, ambos muy serios, muy proyectistas, muy atentos en mirar y remirar los horizontes del porvenir que empezaban á teñírsenos de rosa. Por la noche, pasada la hora de la cena, mestre Cubas, después de ahumarme con su pipa, me dijo: «Amado Tropiquillos, yo no me opongo; mestra Cubas no se opone tampoco; de modo que nadie, absolutamente nadie se opone.»» Y reposaba su carnosa mano en mi hombro, haciéndome inclinar bajo el peso de ella.