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B. Pérez Galdós

daban testimonio del suyo—. Dos meses de campo y de tranquilidad laboriosa han disipado tus necias aprensiones, dándote salud, contento, esperanza... Todo sea por Dios.» Y luego, tomando un tono más serio, no exento de cierta expresión contemplativa, añadió: «Estamos en la placentera tarde del año, ya cerca de ese crepúspulo á quien llamamos invierno. Querido Tropiquillos, celebremos el otoño, que es la madurez de la vida y del año, la experiencia, el fruto, la cosecha cogida y apreciada, y no temamos que esta noble estación nos anuncie el invierno, que es la decrepitud del año y de la vida. La idea de la muerte sólo causa tristeza á los tontos. Para mí, la muerte no es otra cosa que la siembra para las cosechas de la inmortalidad.» Después callamos todos. Yo observaba el rostro de Ramoncita, aun turbado del coloquio que poco antes habíamos tenido los dos al volver de la huerta. Cubas tomó de nuevo la palabra, y no ya con rostro grave, sino antes bien ligero y festivo, me dijo: «Casi todos los grandes hombres han nacido en otoño... ¡Ah! ¿te ríes de mí? Soy hombre de medianas letras. Sí, ahí tienes esa pléyade augusta. Cervantes, Virgilio, Beethoven, Shakespeare, nacieron en otoño...