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Tropiquillos

gura señalando mi capisayo ; pues ni siquiera esto es mío. Me lo prestaron al desembarcar para que no me muriera de frío. Tengo el fuego del trópico en mis entrañas, el tifón en mi cerebro, y mi piel se hiela y se abrasa alternativamente en el temple benigno de la madre Europa...

IV

«Gracias, mil gracias, un millón de gracias, mestre Cubas»—dije aceptando los obsequios que en la mesa me hacía aquella honrada familia, pues el buen tonelero me obligó á aceptar su hospitalidad rumbosa.

Me había dicho: «El hijo del señor Lázaro es mi hijo. Si el pródigo no pudo llegar á la casa del padre, llega á la del amigo, y es lo mismo. Yo te acojo, Tropiquillos, y haz cuente que estás en tu casa.» Mi alma se inundaba de una paz celestial, fruto de la gratitud, y no sabía cómo corres ponder á tanta generosidad. No hallando mi emoción palabras á su gusto, no decía nada.

Mestra Cubas era una hermosa campesina, alta de pechos y ademán brioso, como Dulcinea.