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B. Pérez Galdós

mi memoria! ¡Todo perdido, todo en ruinas, todo acabado! Yo que parezco vivo no soy más que un cadáver que se mueve y habla todavía.

Todo sea por Díos exclamó el bonachón mestre Cubas, que usaba esta frase como estribillo. Yo creí que no quedaba ya ningún Tropiquillos. Cuando estaba ya para cerrar el ojo el señor Lázaro, me dijo: «Yo soy el último, querido Cubillas, porque mi hijo Zacarías debe de estar allá en lo hondo, con todo el mar por losa.» B. PÉREZ GALDÓS — No repliqué sintiendo que mis ojos se llenaban de lágrimas —; aquí está enfermo el que ha sido sano y robusto, miserable el que ha sido rico. Yo, que he mirado los colmillos de elefante como podrías mirar tú las piedras de esa cerca, he venido á Europa de limosna.

— Todo sea por Dios... ¡Cómo cambian las cosas! Pues yo que era pobre, soy rico. Lo debo á mi trabajo, á la ayuda de Dios y á tu padre que me protegió grandemente.

¿Ves eso?

Señaló con su mano atlética las lomas cercanas llenas de viñas, cuyos pámpanos, dorados ya, dejaban ver el fruto negro.

—Pues todo eso es mío.

¿Ve usted esto?—le respondí con amar-