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Tropiquillos

vientre, salían dos patas poderosas, digno cimiento de tan admirable arquitectura; y más arriba, junto á los tirantes, dos brazos enfundados en mangas de camisa, los cuales se abrieron en cruz, acompañando con un gesto de asombro y cordialidad estas palabras: «No, no me engaño; es Tropiquillos...

Tropiquillos, ¿no es verdad que eres tú?... Sí, el hijo mayor del señor Lázaro Tropiquillos, que pasó á mejor vida en esta misma casa la víspera del incendio y antevíspera de la inundación, ó lo que es lo mismo, el día después de la batalla de Zarapicos, en que perecieron sus hijos y sus hermanos, Baltasar y Cosme Tropiquillos.» Es pasmoso cómo la desgracia refresca memorias de la niñez, y cómo reconocemos, en horas de angustias, cosas y fisonomías que parecían borradas para siempre de nuestra mente. Aquél era el maestro Cubas, tonelero, amigo y protegido de mi padre en días mejores, hombre excelente, trabajador, cariñosísimo, á quien en el pueblo llamábamos mestre Cubasdije —, y «Yo soy el que usted supone usted es mestre Cubas, á cuyo taller iba yo á jugar. ¿Viven Ramoncilla y Belisarión? ¡Oh, mestre Cubas, cuántos recuerdos vienen á