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Celín

Diana despertó en su lecho y en su propia alcoba del palacio de Pioz, á punto que amanecía. Dió un grito, y se reconoció despierta y viva, reconociendo también con lentitud su estancia y todos los objetos en ella contenidos. Parece que aquí debía terminar lo maravilloso que en esta Crónica tanto abunda; pero no es así, porque la señorita Diana se incorporó en el lecho, dudando si fué sueño y mentira el encuentro de Celín, el árbol la caída, ó lo eran aquel despertar, su alcoba y el palacio de Pioz. Por fin vino á entender que estaba en la realidad, aunque la desconcertó un poco el escuchar un rumorcillo semejante al arrullo de las palomas. Mira en torno, y ve un gran pichón que, levantando el vuelo, aletea contra el techo y las paredesy — Celín, Celín—grita la inconsolable obedeciendo á la inspiración antes que al conocimiento. Y el pichón se le posa en el hombro y le dice: —¿No me reconoces? Soy el Espíritu Santo tutelar de tu casa, que Me encarné en la forma del gracioso Celín para enseñarte, con la parábola de Mis edades y con la contemplación de la Naturaleza, á amar la vida y á desechar el espiritualismo insubstancial que te arrastraba al suicidio. He limpiado tu