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B. Pérez Galdós

ramas y cayeron horadando el follaje verde.

Los pájaros que en aquella espesura dormían huyeron espantados, y la abrazada pareja destrozaba, en su veloz caída, nidos de aves grandes y chicas. Las ramas débiles se tronchaban, doblábanse otras sin hacerles daño, y la masa de verdura se abría para darles paso, como tela inmensa rasgada por un cuchillo.

La velocidad crecía, y no acababan de caer, porque la altura del árbol era mayor que la de las torres y faros; más, muchísimo más.

La copa de aquél lindaba con las estrellas.

Diana empezó á desvanecerse con la rapidez vertiginosa, y al caer á tierra... plaf, ambos cuerpos se estrellaron rebotando en cincuenta mil pedazos.

Al llegar aquí, Gaspar Díez de Turris suelta la pluma y se sujeta la cabeza con ambas manos; su cráneo iba á estallar también. En una de las manotadas que el exaltado cronista diera poco antes, derribó al suelo con estrépito media docena de botellas vacías que en su revuelta mesa estaban. El chasquido del vidrio al saltar en pedazos le sugirió sin duda la idea de que los cuerpos de Celín Diana habían rebotado en cascos menudos como los botijos que se caen de un balcón á la calle. Luego se serenó un poco el gran historiógrafo y pudo concebir lo que sigue: y