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Celín

haciéndole prorrumpir en exclamaciones de admiración, fué que un cerdito chico de pelo blanco y rosada piel vino corriendo á ponér seles delante, en dos patas; hizo con el hocico y las patas delanteras unas monadas muy graciosas, y después marchó delante de ellos, parándose á cada instante á repetir sus gracias.

Diana sentía una alegría loca. Á veces corría tras de Celín hasta fatigarse, á veces se sentaban ambos sobre la hierba junto á un arroyo á ver correr el agua. Pasaba el tiempo. La tarde caía lentamente; por fin Diana se sintió fatigada, y los párpados se le cerraban con dulce sopor. Celín la cogió en brazos y subió con ella á un árbol. ¡Pero qué árbol tan grande! Blandamente adormecida, Diana experimentó la sensación extraña de que los brazos de Celín eran como alas de suavísimas plumas. Sin duda su compañero tenía otros brazos para trepar por el árbol, pues si no, no podía explicarse aquel subir rápido y seguro. Respecto al tiempo, á Diana le parecía que la ascensión duraba horas, horas, horas... Sentía calor dulce y un bienestar inefable. Por fin parecía que llegaban á una rama que debía de estar á enorme distancia del suelo, á una altura cien veces mayor que las más elevadas torres. Con sus