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B. Pérez Galdós

ojos entreabiertos y dormilones, pudo apreciar Diana que aquello era como un gran nido. Un hueco en el ramaje, el piso muy sólido, las paredes de apretado y tibio follaje.

El cielo no se veía por ningún resquicio.

Todo era hojas, hojas y un techo de pimpollos apretados y olientes. Celín no la soltaba de sus brazos, alas ó lo que fueran, y cuando los ojos de la inconsolable se cerraron, sus oídos conservaron por bastante tiempo un rumor de arrullo como el de palomas.

Durmióse profundamente, y, cosa inaudita, el sueño la llevó á la olvidada realidad de la vida anterior. Díez de Turris dice que en este pasaje no responde de la seguridad de su cerebro para la ideación, ni que funcionaran regularmente los nervios que transmiten la idea á los aparatos destinados á expresarla; ¡tan extraño es lo que refiere! Soňó, pues, la dama que estaba con dos ó tres amiguitas suyas en la tribuna del Senado, oyendo á su papá pronunciar un gran discurso en apoyo de la proposición para el encauzamiento y disciplina del río Alcana. El marqués pintaba con sentido acento los perjuicios que ocasionaba á la gran Turris el tener un río tan informal, y proponía que se le amarrase con gruesas cadenas ó que se le aprisionase en un tubo de palastro. El sueño de Diana era de