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Celín

trada. ¡Qué tonta es la gente ilustrada, Celín! ¡Cuán agradable es posar el pie sobre la hierba fresca! Y allá, en Turris, usamos tanto faralá inútil, tanto trapo que sofoca, además de defigurar el cuerpo... Avisa cuando veas una fuente para mirarme en ella. Quie ro ver cómo estoy así, aunque desde luego se me figura que estaré bien, mejor que con las disparatadas invenciones de las modistas de Turris.

Dicho esto, se lanzó en alegre carrerita tras de Celín, quien corría como el viento.

¡Qué le había de alcanzar!... Pero él, cuando la veía fatigada, se dejaba coger, y enlazados de las manos proseguían su camino. Lo más particular era que Dianita sentía su corazón lleno de inocencia, y no le pasó por la cabeza que era inconveniente mostrar parte de su bella pierna á los ojos de su amigo. El recato se conservaba entero é inmaculado en medio de aquellos retozos inocentes, antes condenados por la civilización que por la Naturaleza. Celín arrancó de un matorral dos ó tres cañitas, y poniéndoselas en la boca, empezó á tocar una música tan linda, pero tan linda y animada, que á Diana le entraron ganas de bailar, y antes de que las ganas se trocaran en vivo deseo, los pies bailaron solos. Y la danza aquella se compu-