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B. Pérez Galdós

so, según afirma el cronista, de los vaivanes más gallardos que podría idear la hones tidad.

B. PÉREZ GALDÓS Después del baile, dijo Celín: Tengo hambre. ¿Y tú?

— Yo, tal cual. Pero ¿dónde encontraremos aquí qué comer? Por aquí no hay nada.

¿Que no? Verás. Cerca de aquí debe de estar el árbol de los pollos asados.

Diana soltó la carcajada.

—¿Te ríes? ¡Qué tonta! Es una planta parecida á la que da los melones. La trajo también el Alcana y la dejó aquí. Yo solo la he descubierto, y no lo digo á nadie, porque vendrían los hosteleros de Turris y se llevarían toda la fruta.

Y metiéndose por entre el espeso ramaje, volvió al instante con uno al parecer melón.

Partiólo sin trabajo. Dentro tenía una pulpa blanquecina que Diana extrajo con los dedos para probarla. ¡Caso más raro! Era lo mismo que pechuga de pollo fiambre. ¡Qué cosa tan rica! Ambos comieron y se hartaron, bebiendo después agua cristalina en una fuente próxima. La señorita daba de beber á Celín en el hueco de su mano, como es uso y costumbre en los idilios inocentes.