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B. Pérez Galdós

marquesita había visto algo semejante en el Museo de Turris, y Celín le inspiraba la admiración pura y casta de las obras maestras del Arte.

De repente ¡ay! saltó una liebre, y más pronto que la vista brincó Celín tras ella, la agarró por una pata, y suspendiéndola en el aire para mostrarla á su amiga, le aplicó en el hocico ligera bofetada y la soltó. Diana palmoteaba viéndola correr precipitada y te merosa. No recordaba la joven haber respirado nunca un aire tan balsámico y puro, tan grato á los pulmones, tan estimulante de la vida y de la alegría y paz del espíritu. De repente notó increíble novedad en su atavío.

Recordaba haberse quitado botas y medias; pero su chaquetilla de terciopelo con pieles, ¿cuándo se la había quitado?, ¿dónde estaba?

—Celín, ¿qué has hecho de mi manto?

La señorita se vió el cuerpo ceñido con jubón ligero, los brazos al aire, la garganta idem per idem. Lo más particular era que no sontía frío. Su falda se había acortado.

—Mira, hijo, mira: estoy como las pastoras pintadas en los abanicos. ¡Es gracioso!

¿Y cómo me he puesto así? La verdad es que no comprendo cómo usa botas la gente ilus-