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B. Pérez Galdós

más rico que se conoce. Baja, baja ya, y no eches más, que otros infelices habrá que lo aprovechen.

Celín bajó, trayendo ración bastante para almorzar en toda regla. Díjole Dianita que abreviase la marcha, y siguieron ambos saltando por entre breñas y matorrales, él dándole la mano en los pasos difíciles, y ella recogiendo sus faldas en los sitios intrincados y espinosos. La confianza se iba estableciendo entre ambos, hasta el punto de que Celín, olvidando la humildad de su condición ante la ilustre descendiente de los Pioces, se permitía decirle: ica, pareces boba; á todo tienes miedo. Dame la mano salta sin reparoy Pasó un aldeano conduciendo dos vacas, y dió con agrado los buenos días á los vagabundos sin sorprenderse de su extraña catadura. Una mujer que pasaba con un cántaro de agua les interpeló de este modo: — ¡Eh, chicos, que os perdéis! Por ahí no hay salida. ¡Y cómo brinca la moza!

Diana sentía simpatía misteriosa hacia su compañero.

— Oye, tontín: no me has dicho quiénes son tus padres.

— Mis padres no están aquí— replicó él sin mirarla.