—¿Pues dónde?
En ninguna parte del mundo.
¡Ah! Eres huérfano. No tienes á nadie.
Ya me explico que estés tan mal de ropa. ¿Y hermanos no tienes tampoco?
CELIN 187 Tampoco. Soy solo.
— ¡Solo! (la señorita sintió que su resolución la apretase tanto, pues de lo contrario recomendaría Celín á su papá para que le protegiese). Tú eres un salvaje, pero eres listo y... simpático. Si yo pudiera volverme atrás, te protegería; pero no puedo, no hay que hablar de eso... Paréceme que hemos llegado á un sitio muy á propósito. Subamos á esta peña que está sobre el río. ¡Virgen del Carmen, qué hondo es aquí, qué hondo!
— Muy hondo, sí — afirmó el muchacho, inclinando el cuerpo sobre la corriente.
Bueno, pues queda elegido definitivamente este sitio dijo la inconsalable quitándose el manto — Celín, debo ser explícita contigo. He salido de mi casa con la inquebrantable resolución de matarme, porque he tenido un disgusto, pero un disgusto muy gordo. No vayas á creerte que es cualquier niñería. De modo que ahora tú te p nes allí, apartadito, y dices: «Una, dos, tres», y al decir tres y dar la palmada, yo me tiro, y adiós miserable vida humana. Pero cuidado