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181
Celín

● CELÍN 181 viviré esta tarde, y así me libro del suplicio de la felicidad ajena. Tú eres un niño y no comprendes esto; tú, inocente y travieso Celín, gozas viendo el tropel de la gente bulliciosa que se agolpa ante las hogueras, y quizá, quizá, lo digo sin ofenderte, vives de los descuidos de la multitud, aligerando bolsillos y distrayendo algún pañuelo ó tal vez cosa de más peso. Por eso te gusta el gentío y que los trenes de Utopía y Trebisonda arrojen á millares los forasteros sobre las calles de Turris... Pero estamos aquí descuidados como dos tontos. Vamos, vamos pronto al río, y cúmplase mi destino.

Ya era día claro. Ligera niebla posaba sobre la tierra, y los términos lejanos no se dístinguían bien. Corría un fresquecillo tenue, por lo que Diana, envolviéndose en su manto, avivó el paso. Celín había perdido toda idea de formalidad, y su ratonil inquietud aturdía á la señorita. Cuando pasaba un pájaro, saltaba tras él, y superando en rapidez al ave misma, la cogía, y mostrándola á la señorita, la soltaba al instante. Lo mismo hacía con las mariposas y con insectos pequeñitos casi inaccesibles á la mirada humana. Diana no había visto nunca cazar de aquella manera. Atravesaron un prado en el cual se destacaban algunos olmos que aún no