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Celín

roncando, hasta transcurrir el tiempo exacto entre un doble y otro.

Celín hizo provisión de castañas, metiéndose por las cuchilladas de su jubón todas las que cupieron, y en seguida indicó á la señorita la puerta que á la iglesia conducía. No tardaron en encontrarse en la nave principal, y respetuosamente pasaron á la capilla del Espíritu Santo. La primera impresión de Diana fué miedo de verse entre tantísimo sepulcro. Descollaba la estatua yacente del Gran Maestre de Pioz, terror de los turcos, y había más allá otra imagen marmórea, barbuda y en pie, mirando terroríficamente con sus ojos sin niñas á todo cristiano que osaba entrar allí. Los sepulcros de los Polvorancas tenían el emblema de la casa, que era un reloj de arena, y en las tumbas de los Pioces campeaba la paloma tutelar de la estirpe.

Alumbraban la capilla los cirios encendidos junto á la sepultura de D. Galaor. Casi todos estaban ya en lo último del cabo, y sus pábilos negros se enroscaban como lenguas de la llama bostezante, mientras el lagrimeo de la cera derretida escurría por los blandones abajo, goteando sobre el suelo.

Diana se sintió sobrecogida de respeto y religioso pavor. Sobre la tierra, aún no sentada, que cubría los restos de su novio, ya-