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B. Pérez Galdós

cían las coronas que adornaron el féretro Leyó las cintas con doradas letras que decían: «¡La oficialidad del tercio de Sicilia á su noble compañero!...» Otra: «El Ateneo Científico, Literario y Litúrgico, etc...» Las flores naturales dedicadas por ella se habían ajado ya, y las de trapo exhalaban ingrato aroma de tintes industriales.

Sintió la joven, al arrodillarse, brusco impulso hacia la tierra, como si brazos invisibles desde ella la llamasen y atrajesen. Cayó boquita abajo; besó el suelo, y aquí dice el ingenioso cronista que siendo la sepultura de secano, ella la hizo de regadío con el caudal fontanero de sus lágrimas. La idea de la muerte se afirmó entonces en su alma á la manera de una voluptuosidad embriagadora.

Ofrecióse á su espíritu la muerte, sucesivamente, en las dos formas eternas. Figurábase primero estar en esencia al lado de su amante, los brazos enlazados con los brazos, las caras juntitas. Pero no podía imaginar esta situación prescindiendo del bulto corpóreo.

Sería su cuerpo todo lo sutil é impalpable que se quisiera; pero cuerpo tenía que ser, aunque con sólo medio adarme de materialidad, pues sin éste no podía verificarse el abrazo ni la sensación mutua y recíproca de estar juntos.