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Celín

del suelo, brincaba hasta alturas increíbles.

Chiquillo, pareces un pájaro... Cuéntame: ¿de qué vives tú? ¿Tienes hambre? Si pasáramos por una tienda te compraría pasteles... ¿Acaso vives tú, como otros niños vagabundos, de merodear en los mercados y de desvalijar á los caminantes? Eso es muy malo, Celín... Si yo no fuera adonde voy, te protegería... Á propósito después que me lleves al Buen Fin, me llevarás al río Alcana.

¿Sabes dónde está hoy?

—El río estaba aquí esta tarde, pero se pasó ya á la otra banda. Le vi correr, levantándose las aguas para no tropezar en las piedras, y echando espumas por el aire. Iba furioso, y de paso se tragó dos molinos y arrancó tres haciendas, llevándoselas por delante con árboles y todo.

— ¡Huy, qué miedo! Iremos luego al río.

Yo tengo confianza en ti, pues aunque me pareces alborotado, eres simpático y complaciente con las damas.

Y aquí es preciso repetir la explicación que se dió referente á la ciudad. El río Alcana variaba de curso cuando le parecía. Unas veces corría por el Este, otras por el Oeste; mas la misteriosa ley determinante de su curso vagabundo le imponía la obligación de no inundar nunca la ciudad. Como deposi-