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B. Pérez Galdós

taba en su cauce un sinnúmero de arenas de oro, la variación era utilísima á los turriotas, y muchos se dedicaban á cosechar el valioso metal. Últimamente se formó una gran sociedad por acciones para la explotación de aquella riqueza. Los cambios de curso se anunciaban con hondos murmullos del agua, que parecían salmodia entonada por las invisibles ninfas del río, y desde que sonaba aquella música, los ribereños se preparaban, retirando sus ganados de las peligrosas orillas. En ocasiones alejábase hasta una y dos leguas de la ciudad; otras se acercaba tanto, que lamía los muros de la Inquisición y de la Fábrica de Tabacos, ó se rascaba en los duros sillares del palacio de Pioz. Llevábase muy á menudo los corpulentos árboles que poblaban sus orillas, y se veían hermosas masas de verdura corriendo al través de los campos.

Los chicos juguetones se montaban en las ramas nadantes y navegaban en ellas de una parte á otra. En cambio, las naves que surcaban el río, las potentes galeras de Indias, cargadas de plata, se quedaban en seco, con las hélices enterradas en fango, y era forzoso esperar á que el río volviera á pasar por allí.

También solía acarrear el Alcana, de remotos confines, plantas rarísimas, desconocidas