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La sombra

aun así, yo creía que, no estando unida á mí, Elena no hubiera muerto tan pronto. No pudiendo resistir aquel espectáculo, como he dicho, me retiré á mi cuarto traspasado de dolor; allí estaba Paris, sentado, fumando y golpeándose con el bastón en la suela de la bota, con ademán distraído y algo descortés, impropio de la situación en que se hallaba mi casa. Cuando entré se volvió hacia mí y me dijo: 139 «Me voy: al fin lo has conseguido; pero já qué precio! ¡Para librarte de mí has tenido que matarla!» —«¡Yo!—repuse sin poder contener mi ira.

—¡Yo... Dices que que yo la he matado!» «Sí, tú, que las has traído al estado en que se halla con tus violencias, con tus acometidas, con esos bruscos allanamientos de morada que has hecho en su cuarto, con el horror que le inspiraste, con la turbación moral que has producido en ella. Yo he leído, no sé dónde, que estos sacudimientos, causados por fuertes impresiones y sorpresas, si se repiten con alguna frecuencia, alteran de tal modo las funciones del cuerpo, le desquician y desequilibran de tal modo, que al fin el estado normal no puede restablecerse y la muerte es segura.» «No he sido yo, demonio aborrecido -