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La sombra

pagáis el orgullo de ser la flor y nata de lo creado; comprendo la inmensa verdad que encierra el dicho de Goethe: «El que no está preparado á la desesperación, no está preparado á la vida.» Ánimo; no eres tú el primero de los que se aniquilan, quemándose en la llama de la vida, como se quema la mariposa en la luz; tú no eres el primero, eres un ejemplar de esa rica colección de mártires que han hecho del vivir una bella y sorprendente epopeya. » —¿Sabe usted que no dejaba de explicarse con juicio?— dije, observando que Paris disertaba sobre la vida con una seriedad que, aunque no exenta de extravagancia, le hacía, sin embargo, mucho honor.

— Aquel endiablado se había puesto á filosofar, dejando su cínica desenvoltura para hacer reflexiones en un tono que me parecía más burlesco que sus chanzas del día anterior.

— ¿Y después, qué hizo?—pregunté, esperando que el aparecido se quitaba al fin la bata y las pantuflas de mi amigo para vestirse y arreglarse.

— Verá usted—agregó el doctor—. Yo no permitía que nadie entrara allí; pero entró, cuando yo estaba descuidado, un criado á anunciarme á mi suegro el conde del Torbe-