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B. Pérez Galdós

el mundo y que ya ha trastornado á muchos.

Aquí, amigo, aquí. No dirás que no soy concienzudo, que no razono con la madurez que distingue á las personas graves de los mozalbetes casquivanos y presumidos.» «¡Oh, esto ya es demasiado!—dije—. ¿No he de salir de aquí, no he de abandonar esta casa? ¿También me has de perseguir lejos de estos sitios? Eso no puede ser; y si así fuera, yo me embruteceré, no pensaré, como has dicho, seré un animal de los más torpes y groseros. Si esto es ser hombre, maldigo mi condición, y me río de esa pomposa palabrería con que la enaltecen algunos, diciendo que somos los reyes de lo creado. ¡Qué imbecilidad!» «Sí; ¡eso es ser hombre!—afirmó él—, y eso es ser rey de la creación. Yo he vivido desde el principio del mundo, y he presenciado multitud de sucesos terribles, individuales y sociales. Sé lo que son esos dolores, cuya importancia es tal en la esfera de la vida, que algunos han traspasado los límites de lo personal para conmover al mundo, como sucedió en la guerra de Troya, cuyos pormenores recuerdo como si hubieran pasado ayer. Por lo que he visto desde entonces, comprendo que se engaña el que crea poder eximirse de ese gaje de angustias con que