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La sombra

que era un joven que, habiendo adivinado mis sentimientos, quiso darme una broma ó burlarse de mí, haciéndose pasar ante mis ojos como un ser sobrenatural. En resumen, al ver aquel hombre herido por mí, que se desangraba en un campo solitario, sin auxilio de nadie, sin alivio corporal ni espiritual que suavizara un poco su muerte ya segura, me dió tanta lástima, que resolví meterle en el coche y llevarle á mi casa para darle el auxilio que necesitaba.

—¿Pero no comprendió usted—le dijeque se exponía á que le descubrieran?

— Habríale abandonado si hubiese estado muerto; pero vivía, respiraba. ¿Cómo dejarle allí? Eso no cabía en mis sentimientos; además, mi odio se había disipado ante la victoria. No cejé en mi resolución, le metí en el coche con ayuda de mis criados, y... á casa.

—¿Pero no podía usted depositarle en otra parte?...

— No; en mi casa no le descubrirían, porque yo había de tomar todas las precauciones imaginables. Abandonado ó entregado á alguien, sí sería descubierto inmediatamente. Así pensaba yo, camino de mi casa. Llegamos ya muy entrada la noche. Nadie nos vió entrar, le subimos con mucho cuidado, y le pusimos en un lecho. Cuando quedé solo