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La sombra

Los moralistas se han atrevido á desafiarme, y los filósofos han tenido el mal gusto de publicar unos libelos impertinentes contra mi humilde persona, permitiéndcse algunos hasta la tentativa de emplear medios para extirparme de raíz, ¡imbéciles!, como si yo fuera un callo ó un absceso. Han pretendido acabar conmigo, como si yo pudiera perecer, como si la inmortalidad estuviera sujeta á la acción de los agentes mortíferos de que disponen.

Así es que por decoro y amor propio me veo en la precisión de continuar desempeñando mi papel de plaga con toda la diligencia y recursos de que mi doble naturaleza es capaz.

Aquí me ve usted siempre activo, siempre eficaz; los grandes centros de población son mi residencia preferida, porque ha de saber usted que los campos, las aldeas, los villorrios, me son antipáticos, y sólo de tiempo en tiempo me tomo la molestia de visitarlos por pura curiosidad. En las capitales es donde me gusta vivir. ¡Oh!, siempre he amado estos sitios, donde la comodidad, la refinada cultura y la elegante holgazanería me ofrecen sus invencibles armas y eficacísimos medios. La esplendidez y la voluptuosidad me gustan: soy tan sibarita como mi antigua amiga Semíramis, á quien di la inmortalidad. Crea usted, amigo, que Babilonia valía más que