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La sombra

ción, y aquí cada objeto era una maravilla, y la excelencia de cada uno disimulaba la abigarrada pero sorprendente perspectiva del conjunto. Muebles soberbios del Renacimiento, fecundo en prodigios de ebanistería; cornucopias venecianas; relojes del tiempo de Luis XV, adornados con figuras mitológicas; relieves de finísimo estuco, representando cacerías y bailes campestres; candelabros, bustos, trípodes y medallones se hallaban aglomerados en la pared y junto á ella, dejando entrever apenas la rica tapicería flamenca, cuyos colores, siempre frescos, revelaban el cartón de Teniers ó de Brueghel.

No faltaban esas caprichosas papeleras, cuyos diminutos repartimientos ostentan pequeñas figuras de consumado gusto, mosaicos é incrustaciones con palos de diferentes colores, y al lado de estas piezas, veladores con planchas de porcelana, en las cuales un delicado pincel había representado infinidad de célebres cortesanas. No lejos de estas bellezas terribles había vasos antiguos y modernos, ánforas doradas con la filigrana del cincel arábigo, y jarros de la India y Oceanía, donde se enroscaban lagartos verdosos y alimañas de imaginación, toscamente labradas. Ídolos malabares de vientre hinchado, ombligo profundo y orejas descomunales se