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B. Pérez Galdós

ó disfrazado con las plumas del palmípedo.

— ¡Qué diablo de Júpiter! Ese señor no perdonó casada ni doncella — observé yo, á ver si por las burlas le obligaba á cortar el vuelo de su disparatada fantasía.

Ni por esas. Don Anselmo continuó: — Esto que he descrito no es en realidad más que un museo, la parte visible de la casa. La parte interior, lo habitable, era más curioso aún.

¡Más curioso aún!—dije para mi capote; ¡más curioso aún! ¡Medrados estamos! ¿Adónde vamos á parar? Pues si todavía falta palacio, este hombre me va á marear esta noche.

¡Lo que he descrito no es más que galerías!

B. PÉREZ GALDÓS — —¡Nada más que galerías! ¡Qué horror!

¡Qué habrá en las salas y en las alcobas! exclamé alarmado.

— La gran sala no se parecía en nada á aquellas magníficas construcciones donde imperaba la arquitectura. En sus paredes no había estilo: dominaba el detalle, y eran tantas y tan diversas las preciosidades allí acumuladas, que en vano intentaría describirlas y enumerarlas el más cachazudo clasificador.

Buena me espera—pensé.

— Era un museo de artes de ornamenta11 -