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La sombra

vena de su erudición en llegando á este punto, y ni la razón le contenía, ni el temor de parecer mentiroso le refrenaba. No sabemos si las mentiras que contó, y que vamos á transcribir, pueden tener, arregladas y metodizadas, algún interés y visos de sentido común. Tal vez resulten menos locas de lo que á primera vista parece; tal vez aparezca un rayo de lógica en ellas, si se las considera como creación metafísica; tal vez, sin saberlo el mismo doctor, había hecho un regular apólogo, sacado del más amargo trance de su vida; y él, sin sospecharlo siquiera, al agregar á su cuento mil mentiras y exageraciones, había producido una pequeña obra de arte, propia para distraer y aun enseñar.

Poco antes de haber empezado, entró doña Mónica, á quien atraía el calor del hornillo, único rescoldo que había en la casa en las noches de invierno. Franqueza digna de los tiempos patriarcales reinaba entre los dos: ella tenía costumbre de arrimarse al aparato químico; y allí, si no hacía media, se quedaba dormida con una beatitud que el sabio no podía ver sin admiración. El escuálido gato, que parecía alimentado con cloruros y bromuros, dió algunos pasos por la habitación, como quien busca alguna cosa, probó varios sitios, se instaló primero en un libro, y des-