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B. Pérez Galdós

fantástica, que no era posible creerlo, ni dejar de pensar que la imaginación del narrador era el principal arquitecto de tan hermosa vivienda.

Casóse mi hombre con una joven, de cuya hermosura hablaba siempre pomposamente.

Lo que pasó en este matrimonio nadie lo sabe; y si es verdad lo que de boca del mismo doctor vamos á oir, fuerza es confesar que el caso es raro y merece ser puesto entre las más curiosas aventuras que han ocurrido en el mundo. Cuentan personas autorizadas que, en los meses que estuvo casado, la enajenación, la extravagancia de nuestro personaje llegaron á su último extremo: se le veía entonces apartado de todo trato humano, buscando sitios solitarios, á veces dominado por cólera inextinguible, á veces sumergido en profunda melancolía, especie de somnolencia que le daba todo el aspecto de un hombre sin sentido. Pocas veces le vieron con su mujer, para quien no tenía ni aun las más ligeras amabilidades que el más adusto marido tiene con la suya. Renegaba de sus suegros, hacía mil tonterías, hasta el punto de que la maledicencia, afanosa por saber lo que allí pasaba, entró en su casa y no dejó á nadie con honra.

La verdad no se sabe: murió Elena, que