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B. Pérez Galdós

un cabo á otro la tierra ilustre que sirvió de campo á la imaginaria contienda de lo ideal con el positivismo. Pero la noche recogía sus obscuridades para huir á punto que salían á saludarnos los primeros árboles de Aranjuez, no lejos de donde celebran pacto de amistad eterna Tajo y Jarama.

Rueda que rueda y silba que silba, entre polvo y ruido, llegamos al fin á Madrid, donde mi compañera de viaje, profundamente aficionada á mi persona, no quiso dejarme, y me siguió en el coche, y se aposentó en mi mismo cuarto, y se sentó á mi mesa, vuelta ya á su primitivo estado, ó sea á la desnudez abrasadora en que se apareció, pero conservando siempre aquel natural fantástico que la hacía invisible para todos, excepto para mí.

Por el día, hízome sudar la gota gorda, y me sofocaba con sólo acercar á mí las yemas de sus candentes dedos; mas llegada la noche, recobró su constitución tibia y placentera, alcanzando de mí las amistades que no podía concederle á la luz del sol.

Lo más extraño es que habiéndola invitado á comer en los Jardines del Buen Retiro, la bendita señora descubrió de súbito unas mañas que me pusieron en gran desasosiego, y fué que en mitad del yantar, pretextando