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Tropiquillos

de mis padres y de la humilde casa en que nací, dueño también de un corazón puro y noble, de una mujer hechicera, discreta, buena, rica... Tanta felicidad debía producir en mí uno de esos estallidos que nos trastornan para siempre. No sé bien cómo fué: no sé si fué en el momento de casarme ó poco después cuando sentí una sacudida en lo más profundo de mi ser... Yo tenía la mano de mi esposa entre las mías. ¿Tenía también su talle? No lo puedo decir. Sólo sé que todo cambió bruscamente ante mis ojos, que el mundo dió una rápida vuelta, que me encontré arrojado en el suelo debajo de una mesa en un estado que si no era la misma estupidez se le parecía mucho.

La efervescencia de mi pensamiento se iba apagando. Yo tocaba el suelo para cerciorarme de la realidad. Híceme cargo de tener delante una figura tosca que extendía hacia mí sus brazos, como queriendo alzarme del suelo... Creo que lo consiguió y que me puso sobre un sofá.

Era mi criado que al verme entrar lentamente en posesión de mí mismo, trajo una taza humeante, y me dijo: « Eso va pasando. Se acabará de quitar con café muy fuerte.»