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B. Pérez Galdós

estas tierras de Miraculosis, que son lo mejorcito del mundo.» Yo dije que en efecto me sentía con más bríos, como si entrara progresivamente sangre nueva en mis venas; pero que no por eso dudaba de la gravedad de mi mal, y que tenía por segura mi muerte al caer de las hojas.

Lo que, oído por mestre Cubas, fué como si quitaran la espita á un tonel dejando escapar á borbotones el vino: del mismo modo salía del cuerpo su reir franco, primero en carcajada ruidosa, después mezclado con alegres palabras en apacible chorro que salpicaba un poco á los circunstantes.

«¡El caer de las hojas!... ¡vaya una simple za! Todo sea por Dios... Entramos ahora en la época mejor del año, en la más sana, en la más alegre, en la más útil, en la más santa.

De mí sé decir que vivo aburridísimo en las otras tres estaciones. Poco que hacer, el taller casi parado..., composturas, echar alguna duela, aflojar y apretar los aros... Pero se acerca el otoño, se ve que la cosecha es buena, y... «Mestre Cubas, que me haga usted veinte pipas...» «Y á mi doce.» «Mestre Cubas, que no me olvide. Pienso envasar ochocientas arrobas... Luego, no necesito desatender lo mío. Cien cubas, doscientas, nada me basta, porque octubre llueve vino..., cada