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Tropiquillos

los caracoles, plantas mordidas por los insectos, enormes cortinajes de tela de araña y nubes de seres microscópicos ávidos de poseer tanta desolación.

II

Dominaba estas tristes cosas el esqueleto de la casa derrumbada, hendida por el rayo como por un lanzazo, renegrida por el incendio, con el techo en los cimientos, los cimientos hechos lodo por la humedad, las paredes trocándose lentamente en polvo.

Al ver tanta cosa muerta, me pregunté si no estaría yo también desbaratado y descompuesto como las ruinas de aquellos objetos queridos, hallándome en tal sitio al modo de espectro que á visitar venía la escena de los días reales y de la existencia extinguida.

Esta consideración evocó mil recuerdos: representóme el semblante de todos los de casa, mis juegos infantiles en aquel mismo sitio, luego mi temprana ausencia de la casa paterna para correr en busca de locas aventuras, enardecido por la fiebre del lucro. Vi mis primeros pasos en el lejano continente donde