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B. Pérez Galdós

servara al propio tiempo que la voz de su guía había mudado, la joven sintió cierto estuporen ti Celín, tú has crecido. No me lo niegues — dijo con sobresalto ¿Qué virtud tienes para crecer por horas? Muchas maravillas he visto, pero ninguna como ésta. No te achiques, no te achiques. Ya me das por encima del hombro... Si eres casi tan alto como yo... ¿Qué es esto?

Yo soy así—replicó Celín con gravedad humorística —. Crezco de día y menguo por la noche.

— B. PÉREZ GALDÓS Y también notó Diana que el mancebo había adquirido cierto aplomo en sus modales y andadura, aunque su agilidad y ligereza eran las mismas. Tomaron por una vereda, y entraron en terreno fangoso salpicado de piedras. La niña de Pioz saltaba de una en otra procurando evitar el mojarse los pies. Llegaron por fin á un charco, que comunicaba sus aguas con las del Alcana, y allí sí que no era posible pasar sin ponerse los zapatos perdidos. Celín no le dió tiempo á pensarlo, y sin decir nada intentó llevarla á cuestas.

Quita ahí—dijo ella—. ¿Cómo vas á poder conmigo? No seas bruto. Busquemos otro camino.

Pero Celín no hizo caso, y quieras que -