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Celín

queda de él ni una hebra de carne, ni una migaja así de hueso, ni nada.

— ¡Ave María purísima, qué miedo! — exclamó la señorita llevándose las manos á la cabeza. Francamente, yo quiero morir, puedes creérmelo; pero eso de que me coman los peces antes de ahogarme, no me hace maldita gracia. Afortunadamente habrá más abajo un lugar hondo donde una pueda acabar tranquilamente. Llévame, y te prohibo que digas palabra alguna con el fin de quitarme esta idea de la cabeza. Tú eres un niño y no entiendes de esto. Feliz tú que no conoces la infinita tristeza de la viudez del alma.

CAPÍTULO VI

Prosiguen los retozos juveniles por charcos, praderas y vericuetos.

Cuando se pusieron de nuevo en camino, Diana reparó que Celín tenía ligero bozo sobre el labio superior, vello finísimo que aumentaba la gracia y donosura de su rostro adolescente, tirando á varonil. Como ob-