CAPÍTULO III
161 Trátase de la ciudad movible y del río vagabundo.
Tomada la resolución de ahogarse, Diana pensó que debía ir antes á visitar el sepulcro de D. Galaor; pero al dar los primeros pasos en la calle se sobrecogió, pues la obscuridad de la noche y la extensión laberíntica de la gran ciudad de Turris no le permitirían acaso encontrar la iglesia del Buen Fin sin que alguien la guiase. Miró á diestro y siniestro, pero como por todos lados viera techos negros, torres altísimas, almenados muros y pináculos góticos, la pobre niña no sabía adónde volverse. La niebla no se había disipado, aunque era ya menos densa que al anochecer, y los edificios se dibujaban, entre la penumbra blanquecina, mayores de lo que realmente eran. La inconsolable discurrió que lo mejor era andar á la ventura, confiando en que su protector el Espíritu Santo la conduciría sin tropiezo al través de las II