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B. Pérez Galdós

de no hacer ruido, la puerta de la escalera de caracol, y tiqui, tiqui, bajó los gastados escalones, hasta encontrarse en el jardín.

Cómo pasó de éste al gran patio, y del patio á la calle burlando la vigilancia de la ronda nocturna del palacio, es cosa que no declara el cronista. Lo que sí expresa terminantemente es que en el tiempo que duró el largo tránsito por tenebrosas galerías, escaleras, terrazas, poternas y fosos hasta llegar á la calle, iba pensando la niña en la forma y manera de consumar la saludable liberación que proyectaba. Su mente descartó pronto algunos sistemas de morir muy usados entre los suicidas, pero que á ella no le hacían maldita gracia. Fácil le hubiera sido coger en la armería de su papá un mosquete ó un revólver; pero ni sabía cargar estas armas, ni estaba segura de saber pegarse el tirito fatal. Puñal, daga ó alfanje no le petaban, por aquello de que se puede uno quedar medio vivo; y los venenos son repugnantes porque ponen el estómago perdido y quizás hay que vomitar... Nada, lo mejor y más práctico era tirarse al río. Cuestión de unos minutos de pataleo en el agua, y luego el no padecer y el despertar en la vida inmortal y luminosa.