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La sombra

— 137 desaparición de la figura del cuadro, en fin, todo lo que he referido.

¿Y no reparó usted si volvió Paris á su sitio?

Seguiré contando. Cuando volví á mi casa, conocí desde que entré que algo pasaba en ella. Iban y venían los criados con agitación; oí la voz de mi suegra, penetrante y aguda; y alternando con ella la del conde de Torbellino, bronca y sonora.

Al punto me enteraron de que mi esposa estaba gravemente enferma, y así lo demostró la presencia de dos afamados médicos y la consternación de cuantos la rodeaban. Su malestar se había agravado repentinamente, determinándose una congestión cerebral, cuyas consecuencias, al decir de los médicos, no serían nada lisonjeras. Yacía en su lecho con muestras de una profunda alteración, inquieta y delirante á veces, exánime y como muerta otras. Su madre no cesaba de hablar, lamentando aquella desventura en el tono más destemplado y chillón. «¿Cuál otra puede ser la causa de este funesto ataque, sino las extravagancias de Anselmo, que la lleva al sepulcro con las mortificaciones incesantes á que la tiene sujeta? Es imposible que una naturaleza delicada resista á esa lenta inquisición.» Y después lloraba con sinceras lágri-