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La sombra

LA SOMPRA 133 dro de que hablaban mis suegros, mi amigo, y por fin, Madrid entero.

—Pues entonces todo está explicado—dije yo. Preocupóse usted con aquel hombre, tuvo celos, pensó en eso noche y día, y ese pensamiento fué dominándole hasta el punto de ocupar todo su espíritu: la continua fijeza del pensamiento en una idea dió gran vuelo á su fantasía, debilitáronse sus fuerzas corporales con el predominio absoluto del espíritu, y de aquí ese estado morboso que le mortificó tanto. Eso, aunque raro, pasa todos los días.

Los místicos que han hablado de sus visiones con tanta fe, creyendo que han conversado con Jesús y la Virgen, son prueba de ese estado patológico que da preponderancia inmensa á la imaginación sobre todas las facultades.

Ahora bien, don Anselmo, piénselo usted bien y procure hacer memoria: ¿antes de la aparición de Paris no ocurrió algún hecho que pudiera ser la primera causa determinante de esa serie de fenómenos que tanto le trastornaron á usted? La verdad es que aquel trastorno fué consecuencia de una perturbación anterior. Es preciso que usted diga lo que pasó antes de que viera desaparecer del lienzo la figura pintada.

Antes de contar á usted el fin de la