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La sombra

amigos de lealtad probada, y además muy conocedores de las cosas de la vida, esperando sacar de ellos alguna luz para alumbrar tan pavoroso enigma.

» Salí. Según después me han contado, andaba yo por la calle con la vista extraviada, el andar inseguro y torpe, puestos el sombrero y los vestidos de muy singular manera. Hacía reir á las gentes; y aun los acostumbrados á ver en mí un hombre no parecido á los demás, se paraban á mi paso, señalándome como una curiosidad. Aunque había hecho propósito de consultar con determinadas personas, yo no encaminaba derechamente mis pasos á lugar alguno. Iba de aquí para allí, á la ventura, ciegamente. Figuraos cuál sería mi sorpresa cuando, al atravesar no sé qué calle, tropecé..., iba á caer, y una mano asió vigorosamente mi brazo. Me volví, y era Paris que me sostenía. No sé lo que sentí en aquel momento. En otra situación de espíritu, le hubiera dado de golpes en presencia de todo el mundo; pero ya la maldecida figura no me inspiraba sino temor: en su presencia mi alma se sobrecogía, mi palabra enmudecía, flaqueban mis fuerzas. Desde que se ponía á mi lado, mi espíritu se subordinaba al dominio de aquel sér infernal, doblegándose tristemente como si