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La sombra
II

109 »»El conde del Torbellino — continuó don Anselmo—era un hombre tempestuoso, y no porque tuviera carácter irascible, violento y amigo de pendencias, sino porque su espíritu, esencialmente tranquilo, se manifestaba al exterior de la manera más resonante y ampulosa. Cuando decía alguna tontería, cosa frecuente en él, su voz, bronca por naturaleza, se ahuecaba hasta lo más bajo del diapasón; cuando quería convencer á alguien de que era hombre importante y de que los negocios le traían loco, su palabra llegaba al último grado de la vana grandilocuencia; si no decía nada, su respiración semejaba á un vendaval lejano. Locuaz y retumbante, parecía el símbolo de la tormenta, la explosión hecha hombre. Sus oyentes eran muchos; complacíanse sus tertulios en escuchar el estrépito de su voz descomunal; pero en tocando á reir, la turba de interlocutores se dispersaba más que de prisa, porque la carcajada del buen señor trastornaba y aturdía.

»»La caja sonora que tan atroces ruidos